
En estas fechas en las que nos sentamos con nuestros familiares y amigos ante mesas repletas de viandas y bebidas, hay una expresión que se repite mucho: «¡Me voy a poner las botas!».
Esta es una de esas expresiones que usamos casi a diario y cuyo significado podemos explicar casi sin problemas, ¿verdad? «Ponerse las botas», en nuestro idioma, significa básicamente hartarse de algo que nos gusta mucho. Normalmente, esta expresión la usamos asociada a la comida o la bebida (aunque también puede usarse para hablar de otros placeres…).
Pero, ¿y si te preguntamos por el origen de esta expresión? ¿Qué relación tienen hartarse de comer con ponerse las botas?
El origen de esta expresión tan usada es muy curioso. Cuando apareció este calzado, la bota, este se fabricaba principalmente con cuero. Allá por la Edad Media, que es de cuando hablamos, este tipo de vestimenta solo estaba al alcance de las clases pudientes y adineradas.
Estos caballeros y nobles que iban bien calzados, con los pies calentitos y protegidos de la ciudades y de la precariedad del suelo, además, eran quienes podían permitirse llenar la mesa con buenas viandas y bebidas, como decíamos al principio.
Así que, por asociación, se empezó a usar la expresión «ponerse las botas» como sinónimo de hartarse de buen comer.
No os extrañéis por esta asociación: el lenguaje es en gran medida metafórico y nuestro idioma está repleto de estas construcciones metafóricas. Pero bueno, de esto ya hablaremos en otra entrada, que ahora toca comida familiar y me pienso poner las botas.
José Gallego Leal
Filólogo e hispanista