
Reconozco mi indisciplina y desidia a la hora de escribir con cierta periodicidad en este blog. Como el tema del recién inaugurado tranvía que comunica Chiclana con La Isla y Cádiz ha estado en primera plana de los medios y, sobre todo, de la población isleña, quería hacer una valoración personal y directa del mismo. Quería hacerlo evitando los prejuicios que los largos años de espera, los vergonzosos y exhaustivos paseos de prácticas por la calle Real, ante la indiferencia de la población y las promesas incumplidas de los responsables han ido tejiendo en mi actitud nítidamente metropolitana. No nací en esta tierra y siempre me consideré un ciudadano de la bahía, vivía y vivo en La Isla, y trabajaba en Puerto Real y Cádiz.
Así que decidí experimentar el viaje en este medio de transporte. Lo hice primero en una visita turística, con excelente compra pescadera, al mercado de Chiclana, con Carmen y Carlos, mis amigos madrileños expertos carnavaleros. Dos vigilantes en el vagón, un animado grupo de mujeres que, gracias a nuestra entrometida escucha, se dirigían a almorzar a la ciudad vecina, Tras atravesar pacientemente la calle Real, con larguísimas paradas, preciosas vistas de las marismas, que solo desde el Trambahía era posible contemplar.
El segundo viaje fue el de ya tradicional familiar navideño a la capital, atestado de ociosos ciudadanos, prestos a disfrutar de su variado comercio, mucho más agradable y menos contaminante que el de un centro comercial cerrado. Los vagones iban atestados. No pudimos sentarnos hasta soterrarnos en Cortadura. Mi nieta pudo contemplar el maravilloso paisaje a un lado y otro del istmo gaditano (al menos desde Torregorda, ¡antes es isleño!).
Se me olvidaba de otro medio frustrado viaje para acudir a una reunión desde la primera hasta la última parada isleña, en dirección a Chiclana. Frustrada porque tuve que bajarme en la plaza del Rey, ante la suspensión del servicio por celebración navideña. Además, al terminar la reunión y recorrer la calle Real en sentido contrario, preferí volver andando. El Trambahía llegaba con retraso y pude comprobar que, confieso que caminando apresuradamente, arribé a mi hogar, dulce hogar (chez moi) antes que el nuevo medio, pudiendo comprobar que el abundante personal auxiliar y vigilante que había en algunas de las paradas me provocaba una envidia sana (mejor insana) al compararlo con el escaso y desorganizado personal sanitario de mi Centro de Salud.
Asumo que mi evaluación es subjetiva, aunque cualitativa. Es probable que únicamente al principio exista mucho personal auxiliar. ¿Pero merece la pena el ingente gasto de dinero y de tiempo para que lo disfrutemos, sobre todo, los jubilados y los turistas? Observen los vacíos vagones a tempranas y laboriosas horas y luego cojan el autobús. Es difícil ir sentado. ¿Podemos permitirnos estos dispendios cuando nuestros sistemas sanitarios y educativos están bajo mínimos?
Solo una evaluación seria a medio y a largo plazo por parte de organismos independientes podrán contestara a estas preguntas. Antes disfruten de este lujo a su alcance.
La Isla, a 11 de enero de 2023
Rafael Ángel Jiménez Gámez