
Lo ves venir pero no quieres asumirlo. Invade tu hogar pero actúas como si no estuviese, en un ingenuo ejercicio por el «ojos que no ven, corazón que no siente». Pero el corazón sentía cuando aquello no era más que una vaga intuición. Y sabes que llegará el día en el que debes abrir los ojos, mirarlo a la cara y decirle «muy bien, maldito… te has salido con la tuya». Es entonces cuando te das cuenta que hay algo mucho peor que perder la memoria sin pretenderlo, sin merecerlo: el olvido.
Y no, no pienso olvidar que no faltó ni una vez a la hora de llevarme al médico y al colegio. Tampoco se le olvidó de alimentarme cuando niño, de ayudarme cuando joven, e incluso ya de adulto, mientras las fuerzas se lo permitían, se ofrecía para actuar de la misma manera con mis hijos. No olvido que no hay mayor muestra de generosidad que la suya.
Pero llega el día en el que los cuidados que necesita excede, sobrepasa y frustra las capacidades a quienes tanta generosidad hemos recibido, a quienes tanto empeño hemos puesto por dar, aunque solo sea una parte de lo recibido.
Quiero mandar un sentimiento de admiración, agradecimiento y ánimo a todas las personas que se dedican profesional y personalmente al cuidado de quienes en su día albergaron el virtuosismo propio de la generosidad silente, el amor incondicional a los suyos, y que ahora navegan a la deriva en un mar de la memoria que poco a poco se diluye.
Hoy es el Día Mundial del Alzheimer. Nuestra única medicina hoy día es, por aquellos que ya lo hicieron con su ejemplo mientras nos daban todo lo que somos: no olvidar.